Tuve hace cinco años un cliente que no podía pagar su hipoteca. Un hombre de negocios que se había equivocado, como todos lo podemos hacer, pero que estaba dispuesto a asumir sus obligaciones hasta donde pudiese. Conseguí un comprador para su casa, su primera vivienda, y llevé la oferta al departamento de recuperaciones del banco (el de la botella del Ron Ron Ron). La respuesta del señor de recuperaciones fue la siguiente: "No voy a aceptar tu oferta, y no me traigas ninguna más, porque me da igual lo que hagas, el inmueble nos lo vamos a adjudicar". Me pareció tan tajante y tan alucinante (porque además de comunidad se debían más de 20.000 euros), y siendo hipoteca subprime, sabía que nada había que hacer, que abandonamos la negociación. Recuerdo que esto fue hace cinco años, porque he estado revisando los correos. El caso es que ahora sale el inmueble, ya como adjudicado del banco, a la venta. Y sale por debajo del precio que habíamos, en su momento, ofrecido. Y mi cálculo es que entre la oferta que hicimos (pago metálico, sin financiación), y la venta que realicen, cuando sea, el banco ha perdido mínimo 100.000 euros. Mínimo. Eso pensando que no tenga que dar la hipoteca al límite de lo humano y volver a correr el riesgo de una nueva ejecución.
100.000 euros, señores. Ese chulo de p***s ha hecho perder, en una sola operación, que le pusimos en bandeja, 100.000 euros a su empresa. Al margen del dolor que ha provocado a una persona que estaba por la venta y poder salir con la cabeza alta de su vivienda.
Ahora me pregunto: ¿y si este personaje hubiera tenido que poner esa pasta de su bolsillo, por su mala gestión qué decisión habría tomado? La misma que adoptaría la funcionaria de ojos saltones si verdaderamente se tomara con responsabilidad la protección de los deudores.
No obstante quiero romper una la lanza (un hasta de subhasta) por muchos otros trabajadores de banca que he tratado y que son grandes profesionales y excelentes personas. Incluso en las entidades más voraces (estoy pensando en Caixa) he podido tratar a gente que ha arriesgado su cómoda posición para conseguir algo más justo por un cliente irrecuperable, cuando no tenía obligación.